Artemisia Gentileschi, fue una pintora barroca excepcional, con una técnica muy cuidada, y un estilo particular. Dentro de los elementos que la distinguen, destacan el dinamismo y los contrastes de iluminación en sus obras, de temas históricos y religiosos que constantemente representan heroínas y escenas violentas. Hay muchas interpretaciones acerca de ellas, sobre el simbolismo que esconden y la relación de las pinturas con su vida. Pero el valor de Artemisia, va aún más allá de su producción artística: fue una mujer que luchó por conseguir lo que ella quería, enfrentándose a las normas sociales que la restringían, y terminó convirtiéndose en una de las pintoras más reconocidas de su tiempo.
Nacida en Roma en 1593, fue criada por su padre, Orazio Gentileschi, quien también era pintor. Junto a sus tres hermanos, Artemisia fue entrenada en la pintura por su padre, en un taller en Roma. Ahí, de entre todos los aprendices, ella era la que más destacaba. Sin embargo, y debido a los grandes obstáculos a los que se enfrentaban las mujeres en el siglo XVI, no podía matricularse en una escuela de artes. Por esta razón, Orazio Gentileschi la instruyó, mostrándole el estilo de Caravaggio, y posteriormente contrató a otro pintor para que le diera clases.
El padre de Artemisia confió erróneamente en Agostino Tassi para la formación de la artista: cuando ella tenía diecisiete años, el pintor la violó, y el suceso culminó en un largo juicio en contra de Tassi. En el proceso, la joven fue torturada y sometida a muchos cuestionamientos, dentro de los que destaca la tortura con los sibilli, unos hilos que se colocaban entre las manos y apretaban las falanges hasta casi destruirlas mientras se realizaba la declaración… una práctica especialmente peligrosa para una artista.
El juicio terminó en septiembre de 1612 y Tassi fue condenado. Su sentencia fue el exilio, aunque tiempo después, logró regresar a Roma, probando así la inefectividad de la condena.
Independencia
A finales de 1612, Orazio Gentileschi arregló el casamiento de su hija con un pintor florentino, y Artemisia aprovechó la oportunidad para dejar su ciudad y volverse independiente.
El uso constante de los autorretratos en las pinturas de Artemisia inició cuando, con tan solo 19 años, se mudó de Roma a Florencia.
Es posible que ella prefiriera tomarse a sí misma como referencia, que enfrentarse a la inconveniencia y gasto de contratar modelos. Esta práctica produjo varios valiosos autorretratos, pues las obras que incluyen su imagen parecen haberse vuelto muy codiciadas en la actualidad.
En Florencia, tuvo cuatro hijos y una hija (la única que llegó a ser adulta), y se convirtió en una artista independiente, que en 1616 fue la primera mujer en ingresar a la Academia de las Artes del Dibujo de la ciudad (Accademia del Disegno).
Ahí aprendió a leer y escribir por su propia cuenta, además de comenzar a tratar con nobles y personajes importantes como Galileo Galilei (con quien mantuvo una amistad epistolar), y el bisnieto de Miguel Ángel Buonarroti (que le encargó una pintura).
En esta época, la artista realizó uno de sus cuadros más famosos: Autorretrato como Santa Catalina de Alejandría.
Pintada entre 1615 y 1617, la obra muestra un encuadre de medio cuerpo, en el que Artemisia ve hacia fuera del cuadro. Cuenta con una iluminación muy dramática y la figura representa a Santa Catalina de Alejandría, junto a una rueda con púas que está rota.
Catalina de Alejandría era conocida por su resiliencia y fortaleza; fue torturada por medio del instrumento circular con púas que aparece en la imagen. Esta rueda rota representa la tortura a la que se ha sobrepuesto.
Vinculando la historia y el simbolismo de la pintura con el pasado de la pintora, al igual que Catalina y durante el juicio que siguió a la violación, Gentileschi también tuvo que soportar una tortura al ser examinada para asegurar que el hombre que la había violentado sería condenado.
Dejando de lado la interpretación, así como la relación de la pintora con el motivo de la obra, es importante mencionar que Catalina de Medici (gran mecenas de la época) inspiró a varios artistas a realizar cuadros del personaje homónimo, Santa Catalina, pero Artemisia plasmó en esta obra su propia interpretación de un tema muy popular y representado continuamente por los artistas del siglo XVII.
También es importante destacar que en varias ocasiones las heroínas de Artemisia parecen compartir ciertos rasgos físicos con ella, y se tiende a buscar en las obras una conexión existente entre éstas y su biografía, especialmente la historia de su violación, que ha repercutido por mucho tiempo en la percepción de su arte y la manera en que se habla de ella. Sin embargo, no debe perderse de vista que hubo muchos otros sucesos relevantes en la vida de Artemisia, sucesos que influyeron en ella y en su arte.
Regreso a Roma
Artemisia volvió a su ciudad natal en 1620. Para ese entonces ya se había convertido en una artista famosa, como lo describe su esposo en una carta en la que cuenta cómo “la casa estaba repleta de cardinales y príncipes que buscaban una pintura suya”.
Nápoles y nuevos encargos
Los últimos 25 años de su vida transcurrieron en Nápoles. Ahí puso un taller que fue muy exitoso, lo cual era un gran logro, considerando que no tenía la protección de un mecenas específico, ni un puesto fijo en alguna corte o un esposo poderoso.
Durante su larga estancia en Nápoles, recibió encargos de cortes de otros países, entre los que destacan algunos de Felipe IV de España.
En 1637, se reunió con su padre en Inglaterra para colaborar en la realización de una pintura que decoraba el techo de la Casa de la Reina, en Greenwich.
En el breve tiempo qué pasó en Inglaterra, Artemisia elaboró una de sus pinturas más conocidas, titulada Autorretrato como alegoría de la pintura.
Realizado entre 1638 y 1639, la artista se retrata a sí misma como la alegoría —representación en la que se expresa una idea o imagen distinta a lo que se muestra literalmente— de la Pintura.
De acuerdo con la personificación tradicional de la época, la Pintura era representada por una mujer de pelo oscuro, rizado y desordenado, que portaba una cadena con una máscara alrededor del cuello, mientras sujetaba pinceles y una paleta de colores.
Era lógico que Artemisia se retratara a sí misma como la personificación de la Pintura, pues ninguno de los pintores hombres de la época podía hacer lo mismo.
Este es un cuadro con gran simbolismo; realiza una autoafirmación importante, y permite comprender por medio del autorretrato el punto en el que se encontraba la artista en esa etapa de su vida.
Regreso a Nápoles
Posteriormente regresó a Nápoles y permaneció allí hasta su muerte, que sucedió entre 1654 y 1656.
Ella y su trabajo fueron olvidados con el tiempo, pero actualmente tanto su lucha, como su imagen han sido recuperadas y reivindicadas.
El trabajo de Gentileschi es valioso porque en un mundo que obstaculizaba su camino y la reprimía, salió adelante y fue consciente de la gran calidad en sus obras. Además de su producción artística dejó varias cartas, entre las que se encuentra la siguiente frase, que deja ver en tan sólo una línea la esencia de Artemisia:
“Mostraré a Vuestra Señoría Ilustrísima lo que sabe hacer una mujer”